Una tarde soleada, una joven llamada Carolina tropezó con un buey grande y perezoso tirado en el pasto. Inmediatamente, se sintió atraída por el gran bovino y se acostó a su lado, riéndose mientras él le hacía cosquillas con la nariz.
En poco tiempo, eran los mejores amigos y Carolina pasaba todos los días con su nuevo compañero. Se perseguían por el pasto, jugaban a la mancha y compartían secretos bajo la sombra del viejo roble.
Un día, cuando Carolina estaba bebiendo agua del estanque, resbaló y cayó. El buey corrió a rescatarla y la sacó con sus grandes y fuertes dientes.
Desde entonces, Carolina supo que siempre podía contar con su amigo buey, sin importar lo que pasara.