Concepción adoraba los elefantes, y desde pequeña soñó con poder montar uno algún día. Así que, cuando cumplió diez años, no dudó en pedirle a su papá que la llevara a ver a los elefantes africanos.
Desde el primer momento en que vio al gigante parecía tener una especial conexión con él, y el elefante parecía querer acercarse a ella también. Cuando ya estaba a punto de tocarlo, el elefante levantó su trompa y le dio un gran beso en la mejilla.
Desde ese día, Concepción y el elefante africano eran inseparables. Cada día, ella iba a visitarlo y se subía a su lomo para dar un paseo por el safari. Y todos los que los veían, quedaban asombrados de la especial amistad que habían logrado construir.