Cuando Eduardo caminaba por el bosque, vio a un zorro que estaba atrapado en una trampa. El zorro le miró y le dijo: «¡Ayúdame! Por favor, déjame ir». Eduardo pensó que era un zorro muy hermoso y dijo: «No puedo dejarte ir, tengo que llevarte conmigo». El zorro le rogó y le imploró, pero Eduardo no lo escuchó. Lo llevó a su casa y le encerró en una jaula.
A medida que pasaban los días, Eduardo se dio cuenta de que el zorro estaba enfermo. Intentó cuidarlo lo mejor que pudo, pero no pudo hacer mucho. El zorro se debilitaba cada vez más y finalmente murió.
Eduardo estaba muy triste y afligido. Nunca había querido que el zorro muriera, pero no supo cómo ayudarlo. Aprendió que la ciencia no siempre puede ayudar a todos, y que a veces la mejor manera de ayudar a alguien es simplemente estar allí para ellos.