Jose Ignacio era un hombre solitario. Vivía en una pequeña casa en el campo, lejos de la ciudad y de las personas. Un día, mientras trabajaba en su huerto, una paloma blanca se posó en su hombro. Jose Ignacio la acarició y la paloma empezó a comer de su mano. Desde entonces, los dos se convirtieron en amigos inseparables. Jose Ignacio le daba de comer a la paloma todos los días y ella le alegraba las mañanas con su presencia. Un día, la paloma no volvió a Jose Ignacio. El hombre se preocupó y salió a buscarla por todo el campo. La encontró en el bosque, herida por una flecha. Jose Ignacio la cogió en sus brazos y la llevó a casa. Cuidó de ella hasta que se recuperó y desde entonces, la paloma vive con Jose Ignacio en su casa y son felices juntos.
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