Cuando Juan andaba por el bosque, de pronto, oyó un rugido. Se asustó y, al levantar la mirada, vio a un leopardo que se acercaba rápidamente a él. Juan no tuvo tiempo de huir y, cuando el leopardo estaba a punto de atacarlo, este desapareció de pronto. Juan no podía creer lo que acababa de suceder y, aunque estaba aterrado, no pudo evitar sentir curiosidad. Al darse la vuelta, vio que el leopardo estaba detrás de él, mirándolo fijamente. El leopardo no parecía enfadado ni amenazador, sino más bien curioso, como si quisiera saber por qué Juan no había huido. Juan no sabía qué hacer, así que decidió hablarle al leopardo.
-Hola. No te asustes, no te voy a hacer ningún daño. Sólo quiero saber por qué no huyes.
El leopardo pareció sorprenderse, pero no respondió. Entonces, Juan continuó.
– Yo sé que no debería estar aquí, pero no puedo evitarlo. Algo me atrae a este lugar y a ti. No sé qué es, pero me gustaría saberlo.
El leopardo siguió mirándolo fijamente, como si tratara de leer en su mente.
