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Rosa y la yegua

«Recuerdo el primer día que Rosa vino a mi granja. Yo estaba en el establo cuando oí que alguien se acercaba. Pensé que era uno de los chicos que trabajaban para mi, pero cuando me di la vuelta, vi a una chica joven, más joven que yo. Ella llevaba una bonita yegua blanca. La mujer me dijo que se llamaba Rosa y que era mi nueva vecina. A partir de ese día, Rosa y yo nos volvimos amigas. A menudo se detenía en el establo de mi granja para hablar conmigo, y siempre llevaba a su yegua blanca.

Un día, hace unos años, Rosa me dijo que estaba enferma. Tenía cáncer. Los médicos le dijeron que no le quedaba mucho tiempo de vida. Yo no podía creerlo. Parecía que fuera ayer cuando la había visto por primera vez.

Rosa me dijo que su mayor deseo era montar a su yegua blanca una última vez. Yo no sabía si era posible, pero le prometí que lo intentaría.

Hice algunas llamadas y conseguí el permiso de los médicos para que Rosa pudiera montar a su yegua. Fue un día muy emotivo. Rosa estaba muy débil, pero se aferró a las riendas y montó a su querida yegua


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